Nuestros pequeños son lo que más queremos y hacen que nuestra vida tenga
sentido pero a veces… sus comportamientos no son los adecuados y por eso no hay
que dejarles que sigan realizando esas acciones que no son correctas haciéndoles
creer que así van a conseguir lo que quieren.
Lo primero de todo es intentar conversar con el niño ver que le estas
tratando como una persona adulta y responsable, primordial en todo momento que
el padre o madre esté calmado y sereno y no le de mera importancia al hecho.
Recordar que cuanta más importancia le demos el niño estará consiguiendo o creerá
que está consiguiendo lo que busca.
Y finalmente ¿debemos ponerle un castigo? Aquí os dejamos algunos puntos de
porque el castigo no es tan bueno como se veía antes.
Por qué el castigo no es la mejor opción educativa
1.
Castigar justo después de la
trastada y mantener la calma son conceptos muchas veces incompatibles. La reacción emocional natural de los padres cuando el peque
acaba de cargarse una vajilla al tirar del mantel de la mesa, es de enfado
supino. Y cuando uno se encuentra en ese estado, tenderá a castigar rápido…
pero desproporcionadamente.
2.
Los castigos demasiado duros
tienen dos consecuencias: por un
lado, suele resultarnos difícil mantenerlos (“¡¡dos semanas sin el ipad!!”
suele quedarse en “un día sin el ipad”, por lo que terminamos siendo poco
consistentes); por otro lado, la dureza del castigo genera una reacción
emocional intensa en el niño (rabia, injusticia, soledad..) que, además de
enturbiar nuestras relaciones afectivas, le predisponen, de nuevo, al mal
comportamiento y es que si algo hay claro es que los niños felices se
portan mejor que los que no lo son.
3.
Con el paso del tiempo,
además, los castigos pierden su eficacia y dejan de resultar aversivos para el niño, por lo que cada vez
necesitaremos castigos más fuertes para conseguir los mismos resultados,
iniciando así una escalada nada aconsejable.
4. La condición de que el castigo tenga que
resultar desagradable para funcionar también tiene sus contras: por ejemplo, puede suceder que el niño
asocie el malestar y el desagrado a ciertos elementos del castigo,
convirtiéndolos en cosas indeseables como en el caso de la silla de pensar”, ya
que puede que asocie “pensar” o “sentarse en una silla” con “castigo” y termine
considerando la introspección y la reflexión cosas negativas, cuando no lo son;
o castigar al niño sin parque porque se ha portado mal e irnos de visita a casa
de los abuelos, convierte a los “abuelos” en parte del castigo.
Os dejamos con estas 4 razones para que meditéis sobre el castigo, y si tenéis más y las queréis compartir con nosotras. ¡Escribirlas!
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